El
día 5 de marzo de 1812, doscientos cincuenta soldados franceses de infantería y
sesenta jinetes dragones, llegaron a Arenas, saqueándola entre los gritos de
espanto de los vecinos y el humo que desprendían algunos edificios en llamas.
Uno de ellos, Francisco López, pidió ayuda a Antonio Muñoz que se encontraba en Cómpeta. Al contar sólo con veinticinco
jinetes, Muñoz pidió voluntarios entre los vecinos de Cómpeta, agregándosele
varios de ellos como infantería. Así partió hacia Arenas.
Sabiendo los franceses que Muñoz se acercaba con su escasa
fuerza, dividieron su tropa en dos para atacar a la partida en medio de ellas.
El sagaz guerrillero fingió entrar en la celada para, a una prudente distancia,
emprender una retirada táctica, que hizo que una de las dos columnas enemigas
fuera tras él. Así la condujo hasta un profundo barranco y, llegados al final
de éste, mandó volver la cara a su caballería para acometer con fuerza y rabia
a sus perseguidores, haciéndoles numerosas bajas y poniéndoles en fuga. Cuando
la segunda columna francesa intentó envolver a la partida de Muñoz, se encontró
con que unos treinta vecinos armados de Arenas, se lo impidieron, fijándola en
un principio sobre el terreno y, luego, con la ayuda de los jinetes de Muñoz,
ponerla en fuga.
En la derrota de Arenas los franceses tuvieron cuarenta y seis muertos, cuarenta y cinco heridos y catorce prisioneros.
En la derrota de Arenas los franceses tuvieron cuarenta y seis muertos, cuarenta y cinco heridos y catorce prisioneros.